esta es una herramienta educativa para todos aquellos que estamos interesados en abarcar la comunicacion de manera activa, participativa y significativa.
sábado, 20 de noviembre de 2010
viernes, 19 de noviembre de 2010
ENSAYO
POR: Lady Katherine Torres Peña
083050942008
Universidad del Tolima
Lic. Lengua castellana
V semestre / grupo 1
“el hombre que no conoce su lenguaje vive
probablemente, vive a medias, aún menos…”
(Pedro Salinas, Defensa del lenguaje)
Cada época de la historia ha traído consigo su propio relato de literatura vivenciándose con más auge desde la creación de la imprenta, cuando el libro coge la fuerza necesaria para convertirse en el símbolo de la literatura y del lenguaje. Pero es en la actualidad donde ese símbolo se ve degradado por el hipertexto; pero acaso ¿la tecnología puede sustituir el código impreso?
Obviamente la tecnología se ve reflejada en los medios de comunicación masivos, como es el caso de la Internet, la cual se ha convertido en una herramienta que desplaza en algunos aspectos las tradiciones culturales que hacen parte de la formación de un ser humano integral, como es el hecho de tomar un libro y realizar lectura o el hecho de visitar una biblioteca para buscar información necesaria. Sin querer demarcarla como herramienta inútil, es solamente que el ser humano debe razonar y ser autentico al hacer un buen uso de la tecnología. Pues “se trata de manipularlos a ellos y no ellos a nosotros y manipularlos al servicio del crecimiento humano”. [1]
Ahora bien, si nos situamos en hacer una reflexión de la degradación del texto, nos encontramos con el hipertexto que como afirma Landow, este ultimo “refleja una creciente democratización o reparto del poder”, en donde el hipertexto facilita la adquisición o acercamiento al texto como arte tecnológico, dejando atrás el arte moderno que daba estética y sentido a las obras impresas.
El hipertexto, es un punto actual que nos arroja la vía tecnológica, el cual no es igual a el libro impreso pues desde la “iconografía artística que utiliza construye un mito de simulación a la realidad” [2]. Mito que no deja a la mayoría de los seres humanos despertar ante su consumismo de masa.
¿Qué el texto es activo o inactivo en la Web?, es complejo responderlo, pero a mi modo de pensar y basada al “hipertexto y literatura “de Jaime Alejandro Rodríguez; considero que pueda que sea activa en la medida en que se puede acceder a varias obras simplemente al estar frente al monitor, de igual manera porque Michael Bieber [3] define el Hipertexto como el concepto de Inter – relacionar (enlazar) piezas de información y utilizar esos enlaces para acceder a otras piezas de información relacionadas (un elemento de información o nodo puede ser desde una simple idea hasta la porción de un documento); permitiendo al lector buscar nuevas entradas en las cuales afianzara en el tema a trabajar.
Pero a su vez, veo que el proceso lector frente a una pantalla es inactivo porque deja atrás la sensibilización y el hecho de poder involucrarnos en la obra a medida en que pasamos una a otra pagina.
Es cierto que “el hipertexto nos ofrece un texto plegado, de ahí que la lectura de un libro electrónico despliega un discurso mas o menos extenso” [4], más no un conjunto de fragmentos con los cuales al conexionarlos descubriríamos el verdadero sentido literal. O de lo contrario donde queda el hecho de poder señalar lo significativo que podemos ubicarlo en una pagina determinada, para mi, eso es placentero y enriquecedor; y porque no, a partir de lo señalado realizar un graficador de pensamiento.
De este modo el código o símbolo literario, es decir, el libro impreso, se ve desplazado por una revolución electrónica que violenta y degrada a los textos impresos. Dicha tecnología y sus medios hacen que los seres humanos pierdan el habito de lectura, pues en la red se encuentran enlaces y hasta resúmenes de las diferentes obras literarias, pues “los medios electrónicos hacen menos interesante y necesaria la lectura” [4]
Ahora bien si intentamos dar una definición de literatura, no hay nada más real sobre esto que lo que afirma Borges cuando indico que la literatura es una forma de felicidad. Forma que debe sensibilizarse desde el hogar, desde el aula y en los diferentes espacios en los que se desarrolla el ser humano. Dicha felicidad se puede cultivar desde un proceso tan simple, como es el hecho de leer.
Leer y tomar un libro en las manos es llegar a tomar sentido a cada obra, es algo plenamente humano que no puede llegar a degradarse por un avance tecnológico, pues más que un símbolo, el libro impreso es una herramienta que permite tener vivas las culturas, el pasado, el presente y porque no imaginar nuestro futuro.
En síntesis, podríamos decir que aunque la tecnología a aportado grandes avances a la humanidad en diferentes campos, es el lector el que elije su propio camino; el primero es el de escoger el hipertexto como recurso de lectura, o el segundo, el de continuar con el arte de leer una obra impresa. Y es tarea de los padres y docentes el cultivar en el ser humano desde temprana edad ese hábito de manera significativa para que haga trascendencia en su formación.
1. HEIDEGGER, Martín. 1951.
2. ARZOZ. 273
4. KERNAN 145
UNIVERSIDAD DEL TOLIMA
CAROLINA REYES MARTINEZ
083059792008
PROFESORA SOFIA GIRALDO
MEDIOS DE COMUNICACIÓN
5 SEMESTRE
CREAD KENNEDY-BOGOTA
EL HIPERTEXTO Y LAS NUEVAS TECNOLOGIAS
Martin Heidegger decía que no hay que dejarnos manipular por la tecnología sino manipularla a ella, esto es muy cierto ya que parece que las nuevas tecnologías nos están envolviendo más y más, nos estamos convirtiendo dependientes de ella.
Para realizar una tarea lo primero que consultamos es internet no se nos pasa por la mente consultar un libro. La tecnología ha afectado el arte, existe el arte vernáculo que es el tradicional y el de ahora que es el ate tecnológico que según criticas no ha sabido aprovechar su oportunidad de estilizar el mundo y la vida, porque la sociedad no estaba preparada todavía,
Cuando Arzoz menciona una de sus propuestas que habla de la necesidad de penetrar en el conocimiento rigoroso de la realidad tecnológica pienso que esta propuesta la debemos aplicar. No todo es malo en la tecnología tiene sus funcionalidades como por ejemplo encontrar mas rápido alguna información.
Las nuevas tecnologías para estos escritores en medio de todo tiene un futuro positivo ya que si sabemos saber controlar y tener precaución la tecnología será de buen provecho. Debemos asumir el hipertexto como herramienta de estudio porque debemos ir evolucionando a medida que vaya la tecnología.
Para Camarero la escritura literaria no se ve atan afligida contra las posibilidades de las nuevas tecnologías. Por otro lado podemos ver positivo el hecho de que si estamos frente a un monitor estamos realizando una lectura y una escritura simple esto significa que nos estamos encaminando a una literatura mejor.
El hipertexto es una herramienta que facilita la práctica de potencias dormidas de la literatura ya que daría una interrelación entre la oralidad y la escritura la idea de los nuevos medios tecnológicos es potencializar lo que ya existe en la literatura y en escritura. Algunos autores están de acuerdo con las nuevas tecnologías y otros autores no, “dicen” que no es igual coger un libro y leerlo a buscar un resumen por internet para ahorrar tiempo.
Las nuevas tecnologías modifica la técnica de producción de lo escrito, también las estructuras y las formas de cómo se transmite a sus lectores.
La aparición de las nuevas tecnologías no quiere decir que dejemos de visitar las bibliotecas están también tienen computadores donde podemos investigar. Volviendo a los tiempos de antes la imprenta fue muy importante en el sistema literario y ahora en estos tiempos la imprenta a caído en decadencia ya que para nosotros es algo muy antiguo.
Aparece como medio tecnológico la televisión preferimos un programa de televisión que un buen libro y esto es preocupante porque se esta acabando el coeficiente intelectual. A modo de conclusión pienso que la literatura si se puede adoptar a estos tiempos y en el futuro esto depende de cada uno de nosotros como sigamos la lectura y escritura. No hay que quitarle nada a la literatura pienso que debemos afrontar los nuevos medios tecnológicos como vengan y aprender cada día mas.
jueves, 18 de noviembre de 2010
recomendado del dìa.
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gracias.
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domingo, 14 de noviembre de 2010
HIPERTEXTO Y LITERATURA. Jaime Alejandro Rodriguez
Literatura y nuevas tecnologías
Introducción
El camino emprendido en torno a una reflexión acerca del hipertexto tuvo su origen en una primera reacción frente a la propuesta de salida a la crisis expresiva de nuestros tiempos que planteaba Samperio en su conferencia. Y esa salida, no olvidemos, consistía básicamente en resistir frente a dos efectos “nocivos” de la sociedad posmoderna denunciados por el mexicano: la simplificación del pensar y la manipulación de lo tecnológico. Así sintetizaba su posición Samperio:
Frente a ello (reducción, simplificación), ya desde 1951 Martin Heidegger sugería una actitud frente a los productos de la tecnología: dejarlos reposar en sí mismos y manipularlos cuando los utilicemos. Es decir, si reposan en sí mismos, se mantendrá en su interior su sistema y su mecanismo implícito de pensamiento, y no transitará hacia el usuario; por otro lado, se trata de manipularlos a ellos y no ellos a nosotros, y manipularlos al servicio del crecimiento humano y sus complejos procesos de pensamiento. De esta manera, no dejaremos la posmodernidad en manos de un idioma sin memoria, unívoco y reduccionista, con ensambles simples.
La intuición de que había algo que no era del todo cierto en esta declaración me llevó en un comienzo al otro extremo: a dejarme deslumbrar por el entusiasmo que Landow manifestaba frente a las posibilidades que brindaba, a la creación literaria, precisamente un producto tecnológico: el hipertexto. Entre esos dos extremos relativos (finalmente ni Samperio ni Landow resultan intransigentes en sus posiciones, pues ambos dan cabida en sus discursos a posturas moderadas frente al problema), pueden encontrase varias posiciones intermedias. De modo que el panorama de discusión se vuelve pronto muy amplio.
Eso: un panorama de la discusión, es lo que ofrece el volumen Literatura y multimedia que recoge las actas del VI seminario internacional del Instituto de Semiótica literaria, teatral y nuevas tecnologías de la UNED, y que será aquí nuestro principal punto de referencia para tratar de dilucidar qué es lo que se mueve detrás de las distintas posiciones frente a las nuevas tecnologías en relación con la literatura.
Pero quiero volver un momento a Landow, antes de hacer ese inventario de posiciones que me propongo exponer muy brevemente como primer paso en la visualización de las relaciones entre literatura y nuevas tecnologías. En el capítulo: La política del hipertexto, de su libro Hipertexto, Landow nos ofrece un horizonte de las posibles relaciones entre tecnología y poder. De entre las distintas posiciones que examina, dos me parecieron ilustrativas del fenómeno en cuestión. Una tiene que ver con la crítica que hace a Frederic Jameson, promotor de la postura marxista de rechazo a la tecnología como generadora de cambios. Landow llega a la conclusión de que las exclusiones de Jameson poco tienen que ver con el marxismo y son más bien una muestra de la fobia por la técnica del humanista corriente. Jameson y muchos humanistas, según Landow, recurren a mecanismos de oscurecimiento que sugieren que ciertas cuestiones (tecnología y desarrollo, por ejemplo) no afectan asuntos cruciales de categoría y poder. En realidad, lo que devela Landow es que los ludistas (humanistas que no creen en la tecnología) verían afectados muy seriamente sus intereses si admitieran que la ecuación: mutación tecnológica, entonces mutación cultural, es cierta, y por eso enfilan todo su empeño y su discurso hacia la deconstrucción de la posible relación entre tecnología y poder. Pero una tecnología siempre confiere poder a alguien, recuerda Landow, y en el caso del hipertexto, pareciera que se trata de una trasferencia de poder que estaría democratizando el conocimiento, lo cual tiene que afectar dramáticamente las jerarquías tradicionales.
Landow también examina la postura de Lyotard de considerar la tecnología como prótesis y hace una deconstrucción de esta posición, para mostrarnos que efectivamente hace falta algo que el hipertexto proporciona a la mente del hombre: contar con una herramienta más afín a la propia naturaleza de su pensamiento. Landow (acudiendo a Ong ) hace una comparación de los efectos (culturales, políticos y psicológicos) del implantamiento de otra tecnología de la comunicación: la escritura, y finalmente explicita su postura:
Mi postura es que la historia de la tecnología de la información, desde la escritura hasta el hipertexto, refleja una creciente democratización o reparto del poder. Este proceso lo inició la escritura: exteriorizar la memoria, convertir el saber de uno en el saber de muchos; el lector se ha venido convirtiendo en creador, en autodidacta y ha cortado lazos de subordinación: el hipertexto facilita y pone al alcance todo esto (Landow, Hipertexto, 216).
Es muy posible, pues, que detrás de las posiciones de rechazo y promoción de las nuevas tecnologías se esconda una lucha por el poder: resistir a la tecnología podría (al contrario de lo que esperaba Samperio) favorecer un status quo jerárquico y conservador, mientras que promoverla, podría estar indicando cierta posibilidad de emancipación. ¿Pero es la cara del poder contemporáneo tan clara como para aceptar que un optimismo tecnológico es suficiente para allanar el camino hacia esa democratización que espera Landow? No es fácil contestar a esta pregunta. Examinemos otras posiciones antes de intentar formular alguna solución.
Algunas posiciones en torno a las nuevas tecnologías
Una interesante crítica al “arte tecnológico” de nuestros tiempos (cercana en varios aspectos a la propuesta de Samperio), podría ayudarnos a comprender un tipo de postura que podría extrapolarse al ámbito de la literatura. Me refiero al artículo de Iñaki Arzoz: Arte y Tecnología en el fin del milenio (reflexiones para una “Filosofía de la tecnología del arte”). Arzoz describe primero un doble panorama en tensión: el de la reflexión actual acerca del binomio arte/tecnología y el del arte contemporáneo, y luego propone su crítica personal.
Arzoz lamenta que las reflexiones teóricas, tanto de los filósofos de la tecnología como de los historiadores del arte, tengan una insuficiente dinámica que les impide dar cuenta del complejo (y veloz) presente tecno-artístico. Así sintetiza el panorama de la reflexión filosófica:
Mumford abrió camino, ofreciendo sugerentes contextualizaciones de la máquina. Benjamin glosó la pérdida del aura artística en la era de la fotografía. MacLuhan describió la primera versión del nuevo horizonte como “aldea global”, Debord sitúa al hombre moderno en la “sociedad del espectáculo”, Virilio nos descubre la “estética de la desaparición” en un mundo velocísimo, Baudrillard despliega su visión espectral del Simulacro sustituyendo la realidad, y un nuevo grupo de semióticos italianos y divulgadores anglosajones iluminan parcialmente interesantes aspectos de una sociedad en proceso de transformación, merced a las nuevas tecnologías artísticas (Arzoz, 271).
En relación con lo que ofrecen, del otro lado, los historiadores y críticos del arte, afirma:
Podemos encontrar un amplio abanico de actitudes, desde la bienintencionada ingenuidad (Popper) hasta la sensible consciencia de sus potencialidades (Joaquím Dols). Tampoco han faltado los fáciles y estériles catastrofismos ni, por supuesto, una legión de gacetilleros propagandistas a sueldo de compañías informáticas y revistas del ramo (Arzoz, 271)
Podemos encontrar un amplio abanico de actitudes, desde la bienintencionada ingenuidad (Popper) hasta la sensible consciencia de sus potencialidades (Joaquím Dols). Tampoco han faltado los fáciles y estériles catastrofismos ni, por supuesto, una legión de gacetilleros propagandistas a sueldo de compañías informáticas y revistas del ramo (Arzoz, 271)
A Arzoz no lo satisface este horizonte teórico, dada la complejización que ha adquirido el panorama del arte contemporáneo, cuyo escenario, si bien podría reducirse al proceso que ha llevado del arte como técnica a la técnica como arte, ha quedado marcado con una estela bien diversa. Y es que para Arzoz, tras el agotamiento de las vanguardias experimentales de los años sesenta, la vía tecnológica se ha impuesto como nueva vanguardia: es cierto que el arte de las elites sigue siendo el de los cuadros y los museos, pero el arte tecnológico se ha convertido en el arte del futuro, en el arte popular, al que, sin embargo, hay que reprochar que sea más un producto que un “despertador estético de conciencias” (Arzoz, 271). De otro lado, el arte vernáculo goza todavía de valor en cuanto expresa la realidad de unas culturas todavía no contaminadas por la tecnología:
De esta manera, el panorama contemporáneo se presenta más rico y complejo, entre un arte vernáculo, sobreviviente y marginado, un arte culto, elitista y prestigioso, y un arte tecnológico, pujante y popular. Es decir, que en el arte contemporáneo “real” conviven, de hecho, dos tendencias opuestas respecto a la técnica, lo que hace concebir esperanzas de un futuro más diverso (272).
Ahora, Arzoz observa que el peligro del arte tecnológico no está en que pueda suplantar las otras artes; tampoco en la confluencia arte-tecnología (que no es intrínsecamente perversa), sino en la posibilidad de que el proyecto moderno (de las vanguardias) sea sustituido por la pesadilla virtual del arte tecnológico:
El arte moderno no supo aprovechar su oportunidad (de estetizar el mundo y la vida), quizá porque la sociedad no estaba preparada todavía. Y su lugar lo ocupó rápidamente la tecnología, sirviéndose de los aspectos más superficiales de la iconografía artística para construir su propio mito: una simulación de la realidad que la sustituyera (Arzoz, 273)
Luchar contra este mito, utilizando las armas del propio arte (antes que renunciar a la manipulación tecnológica), es lo que finalmente propone Arzoz. Y no tanto limitándose a usar sólo las técnicas tradicionales o sintetizando técnicas tradicionales e informáticas (a no ser que se hiciera para incidir éticamente en una critica a lo tecnológico) o sirviéndose del arte tecnológico para crear una obra anti-tecnológica (lo que podría interpretarse como una sospechosa contradicción). Habría una cuarta opción que no se limita a una sola acción, pero que si representa esa especie de neoludismo que nos propone Arzoz: “la radicalidad del compromiso contra las tecnologías del Simulacro, fundada en la comprensión estética y vital de un error esencial: la renuncia a lo humano en el hombre” (Arzoz, 274).
Al menos dos consecuencias podrían extraerse de esta propuesta de Arzoz: una sería la necesidad de reivindicar esa esencia universal del arte como “despertador de conciencia”; otra, la necesidad de un conocimiento riguroso de la realidad tecnológica en aras del estudio de sus aplicaciones e implicaciones. Quizás como nunca, la confrontación con lo tecnológico ha despertado cierta nostalgia por las vanguardias, por el proyecto original de la vanguardia artística. Esa parece ser la posición de autores como Antonio García Berrio, quien en su artículo: Milenarismo, fin de siglo y futuro de las artes, propone, que si bien las nuevas tecnologías expanden la sensibilidad y los lenguajes del arte contemporáneo, no alcanzan todavía a constituir un factor de transformación paradigmática del arte. Para García Berrio es previsible que la literatura termine alojándose en los nuevos espacios donde la funcionalidad tecnológica sustituye la sacralidad de los antiguos ámbitos, pero lo que no resulta viable, para él, a corto plazo es la performatividad de los llamados hipertextos:
La producción de textos infinitos por intervención sobre el ordenador no deja de ser, por ahora, una especulación de nuestros futuristas sin arraigo en la masa de los consumidores de literatura. Ante la nueva situación confusa, conviene afirmar la indeclinable raíz e impronta humanas que configuran los procesos y productos artísticos, las trazas de la “manufactura” y de la “poiesis” como señas familiares de participación en la voluntad imaginativa del deseo (García Berrio, 38).
Según García Berrio, existe una especie de “factor antropológico de la imaginación poética” tan fuertemente arraigado en el ser humano (garante, por lo demás, de la constitución y persistencia de las artes) que no puede ser afectado por un factor de incierta competencia aún, como el de las nuevas tecnologías:
Y es que en la poesía, como el resto de las artes, puede que se modifiquen, incluso con facilidad, lo que podríamos reconocer como sus “escenarios”; pero no cambian... las coordenadas verdaderamente formantes de la “orientación” imaginaria de los hombres... Sólo cuando lleguemos a constatar transformaciones paradigmáticas de la imaginación antropológica sobre las estructuras espacio-temporales de la sensibilidad y la simbolización de las referencias, estaremos legitimados para afirmar cambios paradigmáticos de las artes (García Berrio, 44).
Pero la posición de García Berrio termina siendo, de un lado, una ingenua proclamación de la confianza en la inmutable esencia del arte (y de los alcances de una probable renovación del proyecto vanguardista), y, de otro, una peligrosa depreciación del papel que pueden jugar las nuevas tecnologías en la reconfiguración del panorama estético de la futura literatura.
Quizás por eso resulte provechoso ahora examinar el otro corolario de la propuesta de Arzoz: la necesidad de penetrar en el conocimiento riguroso de la realidad tecnológica. El volumen mencionado con anterioridad: Literatura y multimedia, ofrece un panorama de la exploración de esta disposición en el ámbito de la literatura. El horizonte exploratorio propuesto contiene diversas posiciones frente a la cuestión: desde la pedagógica hasta la apologética, pasando por la critica radical y también por una especie de moderación del discurso.
Así, por ejemplo, los artículos de Jesús Camarero (Escritura e interactividad), Antonio R. de las Heras (hipertexto y libro electrónico), Enric Bou (A la búsqueda del aura. Literatura en Internet), Francisco Gutiérrez Carbajo (El intento de la novela multimedia) y Orlando Grossegesse (Narrar/vivir en la red. Construcciones (auto)biográficas en Die Quotenmaschine (1996) de Norman Ohler), podrían calificarse, en diversos grados, de optimistas frente a las posibilidades tecnológicas que ofrece el hipertexto a la literatura. Otros, como los de Carlos Moreno Hernández (Literatura e hipertexto: nuevos medios para viejas ideas), José Romera Castilla (Literatura y nuevas tecnologías), Alicia Molero de la Iglesia (Del escritor cibernético al personaje cibernético), Beatriz Paternain Miranda (Teorías que avalan el concepto de autor en el hipertexto) y Genara Pulido Tirado (La escritura del final de una época), plantean posturas más moderadas.
Quizás el más optimista de los autores mencionados es Jesús Camarero. Su artículo comienza con una breve reseña de la incidencia que algunos “hitos” tecnológicos han tenido sobre la comunicación y que básicamente se manifiestan en un desarrollo de herramientas que facilitan lo interactivo y multimediático.
Ahora, Camarero es consciente de que estos desarrollos van amarrados a lo comercial, pero se pregunta: ¿es posible hablar también de una productividad signica? Su respuesta es afirmativa. Estos cambios han generado lo que él llama una escritura “móvil, permeable, reticular, compatible e interactiva” (Camarero, 219).
Camarero apuesta a una nueva era, al acontecimiento, a la necesidad de hablar de una mutación:
Es decir, que estaríamos ante una nueva interactividad simétrica (y no ya asimétrica) capaz de convertir el objeto en cuasi-sujeto, en un “interlocutor virtual” extremadamente activo y cualificado totalmente para actuar y reaccionar, incluso, claro, a altas velocidades (Camarero, 220).
Enseguida, ofrece un panorama de lo que podríamos llamar las incidencias de esta nueva potencialidad comunicativa en una actividad específica: la literatura. Para Camarero, el hipertexto y su potencial multimediático, en cuanto portador y facilitador de los recursos de la interactividad simétrica (esto es: retroalimentación inmediata, soporte de varios sujetos actuantes, potenciación de la acción común y de la proyectividad, igualdad conversacional, interacción virtual, etc.), no puede si no favorecer el aprendizaje y la creación. Por lo tanto, actividades como la creación literaria y la enseñanza de la literatura verán potenciados sus horizontes, en la medida en que los media modernos amplían la función creativa y el juego.
En todo caso, para Camarero, el futuro es positivo (rentable para usar su curiosa terminología) y debe fraguar en el concepto de literatura interactiva; pero también debe comprenderse como el cumplimiento de aspiraciones ya entrevistas y planteadas en esa búsqueda de un más allá de la escritura que puede detectarse en experimentos como los llevados a cabo por el grupo de O.U.L.I.P.O. o ALAMO , que entendían precisamente que el problema de la crisis expresiva era un problema de agotamiento de la función creativa. Esa misma inquietud se observa, según Camarero, en otros experimentos, como el de Rayuela de Cortázar o en las propuestas de Perec y Queneau, que constituyen ya verdaderas hiperficciones, aunque en un medio todavía limitado: el libro.
Es precisamente por el carácter osado de sus búsquedas creativas (virtualidad, desvío, simultaneidad, fragmentación) por lo que, según Camarero, la escritura literaria ve favorecido su horizonte con la aparición y utilización de los recursos y posibilidades del multimedia interactivo. Poder contar con facilidades de memoria e interrelación o canalizar la energía que se utilizaba en rutinas literarias (que ahora puede hacer el ordenador) o interactuar en niveles de igualdad conversacional y contar con otras herramientas de difusión, ahora interplanetaria, son algunas de las aplicaciones e implicaciones que hacen que Camarero sea tan altamente optimista como para afirmar lo siguiente:
En este mundo informático de entes posibles o virtuales que pueden concentrarse en cada terminal, todo individuo humano podría convertirse en escritor. Resultaría casi imposible permanecer inactivo frente al monitor: la lectura simple y pura habría desaparecido, el lector sería escritor al cabo de un instante, no habría ya barrera entre escritura y lectura, la literatura se convertiría en una gran comunidad de hacedores de textos (Camarero, 230).
Un artículo como el de de las Heras, a diferencia del de Camarero, siendo más moderado en su tono es más radical en su propuesta. El artículo propone directamente las tareas que hay que emprender para aprovechar la nueva herramienta. No se detiene en la promoción de sus potencialidades, sino que las asume de hecho.
De las Heras parte del supuesto de que el texto (y el discurso) se mantiene invariable en cuanto su funcionalidad no se ve afectada por la aparición de nuevos soportes. Son estos soportes los que han cambiado con la historia: desde las tablas, cuyo soporte era el escaque, hasta las interficies (superficies interactivas), cuyo soporte son las pantallas, pasando por los rollos, cuyo soporte eran las columnas, y el códice, cuyo soporte son las páginas, los espacios de registro de la escritura han evolucionado con el tiempo.
Ahora, ¿cómo aprovechar estas interficies sin perder el discurso? De las Heras invita a explorar y reconocer el espacio de la pantalla y propone un primer paso: abandonar la estructura de la página y sus terminologías concomitantes. Luego plantea una comparación para comprender mejor lo que debe hacerse con el texto en el nuevo soporte: el pliegue del papel:
Es importante apreciar la oportunidad del término plegar para denominar la tarea hipertextual. Porque, de la misma manera que la papiroflexia trabaja con una hoja de papel sin cortarla, sólo la pliega, el hipertexto nos ofrece un texto plegado, no un conjunto de textos hilvanados por medios informáticos. De ahí que la lectura de un libro electrónico despliega un discurso más o menos extenso, no una sarta de fragmentos textuales. Y este es el principal esfuerzo —creativo, constructivo, imaginativo— para el autor de un libro electrónico. (De las Heras, 90).
Crear ese “libro blando, poliédrico y navegable” (De las Heras, 90) que resultaría de aprender a “plegar el texto” en la pantalla, es decir, en las interficies, es, según de las Heras, la tarea que hay que emprender para que la expresión, plasticidad y capacidad de transmitir conocimiento de los textos pueda ser potenciada con el nuevo soporte .
Crear ese “libro blando, poliédrico y navegable” (De las Heras, 90) que resultaría de aprender a “plegar el texto” en la pantalla, es decir, en las interficies, es, según de las Heras, la tarea que hay que emprender para que la expresión, plasticidad y capacidad de transmitir conocimiento de los textos pueda ser potenciada con el nuevo soporte .
Otros tres autores se refieren a los efectos sobre la ficción literaria. Enrique Bou, le apunta en su artículo a visualizar el papel que tendrían el Internet y las hiperficciones en la realización de algunas de las profecías que tanto la crítica como el ejercicio mismo de la creatividad literaria han anunciado. Así, la posibilidad de deconstruir efectivamente la frontera entre autor y lector o la encarnación del proyecto vanguardista, mediante la utilización adecuada, profunda y amplia del hipertexto son algunas de sus observaciones. Bou utiliza el término “ciberculebrón”, para referirse al estado aun primario de los primeros intentos de ficción hipertextual, pero asegura también que poco a poco este corre sin sentido inicial se consolidará hasta alcanzar el objetivo tan deseado de diluir la frontera entre critica y creación.
Gutiérrez Carbajo, por su parte, desarrolla su reflexión alrededor de las consecuencias que tiene para la novela el uso dilatado de las nuevas tecnologías. Si bien estas pueden ser previstas a partir de una extensión del concepto de texto abierto y están, de alguna manera, anticipadas en la incorporación que varios autores han hecho de recursos como el juego de cartas (Gutiérrez menciona a Calvino y a Max Aub) al interior de la estructura novelesca misma, habría por lo menos cuatro de estos corolarios que quisiéramos destacar aquí: uno es lo que podríamos llamar el reinado del lector, es decir, la potenciación de sus funciones en relación con esa apertura del texto que encarna el ejercicio mismo de la ficción hipertextual.
Otro es la carnavalización de la escritura que tiene sobre todo, en la posibilidad de experimentar y jugar con las facilidades multimedia, su mejor expresión. Uno más, la ampliación del espectro creativo, en la medida en que la incorporación del hipermedia como recurso novelesco constituye una valiosa y prometedora interactivación de distintos lenguajes en simultaneidad. Una última consecuencia consiste en la observación de una casi inmediata incorporación de las dificultades y posibilidades del multimedia como materia narrativa en la novela tradicional. Gutiérrez Carbajo analiza el modo tan diverso como autores contemporáneos, tales como Luis Goytosolo, Antonio Pérez Reverté o Laura Esquivel incluyen en sus novelas temas y situaciones que tienen que ver con las nuevas tecnologías. Pero la influencia no sólo es temática, sino también formal. Gutiérrez arriesga una observación que resulta importante para lo que después desarrollaré como un universo semántico propio: la diferencia entre una novela que deriva su ser de la palabra y otra que lo hace de la imagen.
A propósito de este último punto, Orlando Grossegesse, consigna en su artículo un perfecto caso de “amor en los tiempos del ciberespacio”. Se trata de la novela de Norman Ohler: Die Quotenmaschine. La novela estudiada por Grossegesse, constituye un ejemplo de persistencia de cierta energía narrativa proveniente del romanticismo: la auto-reflexión sobre la escritura, pero también de arrogancia de las nuevas realidades. Die Quotenmaschine retoma el tópico tradicional del acto iniciático de la escritura, pero lo adapta a la situación de una escritura en red. Si bien la novela no es una manifestación eufórica de la libertad humana, pues incluye una denuncia de la manipulación del poder sobre las estructuras de composición, “no se trata (tampoco) de una renuncia conservadora, sino (más bien) de un contagio subversivo del libro por el espacio digitalizado” (Grossegesse, 247) .
A propósito de este último punto, Orlando Grossegesse, consigna en su artículo un perfecto caso de “amor en los tiempos del ciberespacio”. Se trata de la novela de Norman Ohler: Die Quotenmaschine. La novela estudiada por Grossegesse, constituye un ejemplo de persistencia de cierta energía narrativa proveniente del romanticismo: la auto-reflexión sobre la escritura, pero también de arrogancia de las nuevas realidades. Die Quotenmaschine retoma el tópico tradicional del acto iniciático de la escritura, pero lo adapta a la situación de una escritura en red. Si bien la novela no es una manifestación eufórica de la libertad humana, pues incluye una denuncia de la manipulación del poder sobre las estructuras de composición, “no se trata (tampoco) de una renuncia conservadora, sino (más bien) de un contagio subversivo del libro por el espacio digitalizado” (Grossegesse, 247) .
Existen, también, en gradación, algunas posiciones moderadas frente a la promoción de las posibilidades de las nuevas tecnologías en la literatura. Es el caso de Carlos Moreno Hernández, quien en su artículo: Literatura e hipertexto: nuevos medios para viejas ideas, propone que lo que ha significado el hipertexto para la literatura es la posibilidad de incorporación real de algunos presupuestos teóricos y narrativos ya emprendidos. Existe, según Moreno, una especie de funcionamiento hipermedial en la literatura, presente real o virtualmente desde sus orígenes. Con esto, el autor asegura un enfoque en el que una suerte de continuidad subyacente relativizaría el carácter de ruptura con el que se promociona el hipertexto desde discursos como el de Landow:
Podemos ver que esta idea de (hiper)texto había funcionado ya desde mucho antes, aunque lo que ha predominado en los dos últimos siglos ha sido una reducción newtoniana a la obra, según los términos empleados por el crítico francés (Barthes), propiciada por la imprenta. Hay, incluso, serias dudas de si nos encontramos ante un cambio fundamental entre la vieja y la nueva tecnología (Moreno, 282).
Para Moreno, lo que facilita el hipertexto es la práctica de potencias dormidas de la literatura (la interrelación más estrecha entre oralidad y escritura, entre dominio secuencial y causal, por ejemplo) que, dado el cierre ideológico producido en occidente durante el siglo XIX, habrían sido despreciadas en favor de una noción reducida de la literatura. El hipertexto permite, pues, volver a una idea antigua de literatura, más amplia:
Concluyendo, los nuevos medios no hacen sino potenciar lo que ya funcionaba en las anteriores tecnologías de la escritura en la que la literatura se desarrolla... (que) cada lector lea, elija su propio camino, es decir, un texto diferente y cambiante... Es lo que nos propone Juan Ruiz, desde su contexto hipermediático anterior a la imprenta (Moreno, 285).
El artículo de José Romera Castillo podría ilustrar otro tipo de moderación. En efecto, el propósito de Romera es aportar al debate, con una especie de labor pedagógica que partiría de la posición según la cual no debe primar ni la apología ni el rechazo de las nuevas tecnologías y su influencia en la “semiósis literaria”, sino una posición “sensata”, intermedia, ecléctica. Por eso emprende la labor de dar a conocer lenguajes y relaciones entre las distintas tecnologías y los espacios propios de esa semiósis (o sistema) literaria. De un lado, se asume la importancia de las nuevas herramientas, de otro, se advierte que su impacto es puramente técnico, no paradigmático (es decir, que las nuevas tecnologías ofrecen más un horizonte de complementación que de sustitución). Con estas palabras reafirma Romera su posición: No hay por qué confrontar nada, sino todo lo contrario, añadir todo lo que sea conveniente para que el arte verbal por excelencia tenga una larga vida y un eco más robusto. Que así sea. (Romera, 76).
Otros autores ponen en juego también posturas moderadas, como Alicia Molero de la Iglesia, quien, de un lado, denuncia los peligros de deshumanización a que pueden conducir ciertos usos de las nuevas herramientas, pero de otro, anuncia la posibilidad de que un uso adecuado de ellas conduzca “a una sociedad de autodidactas descentralizados, ampliamente creadora e imaginativa” (Molero, 277). De otro lado, Genara Pulido Tirado advierte que más que hablar del fin de una escritura resulta más preciso hablar de la escritura del final de una época:
En definitiva, el hipertexto es una manifestación más de esa época que ha venido a llamarse posmoderna, época en la que domina el escepticismo y el cuestionamiento a veces radical de toda una tradición de pensamiento que requiere ser reformulada en un momento en que sentimos que estamos asistiendo al final de una época (Pulido, 305).
Por su parte, Beatriz Paternain, afirma en sus conclusiones:
Lo que sí se está fraguando (antes que la muerte del autor) son nuevos modos de concebir el texto. Ese texto en el que el autor se difumina y llega a desaparecer. Pero estos nuevos modos de concebir el texto conviven con el texto impreso (Paternain, 301).
En síntesis, podemos contar con todo un espectáculo de apuestas en torno a la cuestión del hipertexto en literatura que nos permite detectar movimientos, deslizamientos, máscaras y retóricas. Pero, ¿existe un sitio desde el cual podamos apreciar mejor el espectáculo? Arriesgamos a que ese sitio privilegiado es la historia. Veamos
Las lecciones de la historia
Roger Chartier en un artículo suyo titulado: Del códice a la pantalla: trayectorias de lo escrito, propone asumir una perspectiva histórica de larga duración para comprender mejor los efectos de la radical transformación contemporánea de las modalidades de producción, transmisión y recepción de lo escrito. Plantea por eso la necesidad de atender a una historia del libro, de la lectura y de las relaciones de lo escrito.
Desde el punto de vista de una historia del libro, Chartier observa cómo la imprenta, si bien constituye una revolución tecnológica crucial, se limita a transformar el modo de reproducción de lo escrito, pero ésta no altera el soporte mismo del manuscrito: el códice. Esta observación es importante, pues relativiza el impacto histórico-cultural de la llamada revolución de Gutemberg y nos obliga a ir más atrás: al momento en que se produce la sustitución del volumen por el códice, que tiene implicaciones tan fuertes como la de los cambios actuales:
La revolución de nuestro presente es, evidentemente mayor que la de Gutemberg. No solo modifica la técnica de reproducción de lo escrito, sino también las estructuras y las formas mismas del soporte que transmite a sus lectores (Chartier, Del códice, 45).
La revolución de nuestro presente es, evidentemente mayor que la de Gutemberg. No solo modifica la técnica de reproducción de lo escrito, sino también las estructuras y las formas mismas del soporte que transmite a sus lectores (Chartier, Del códice, 45).
Pero si esta perspectiva legitima mejor algunas extrapolaciones culturales para nuestra realidad contemporánea, una revisión de las revoluciones de la lectura complementa la perspectiva histórica que se requiere para comprender la adecuada dimensión de las transformaciones presentes. En efecto, Chartier repasa varios de los hitos de la mutación de la lectura (la adquisición de una lectura silenciosa y visual, el paso de una lectura intensiva a una extensiva, etc.) para concluir que:
La revolución del texto electrónico es y será también una revolución de la lectura. Leer sobre una pantalla no es leer en un códice. La representación electrónica de los textos modifica totalmente su condición: sustituye la materialidad del libro por la inmaterialidad de los textos sin lugar propio (Chartier, Del códice, 46).
De este modo, revisando la secuencia de dos historias: la de los cambios en el soporte de lo escrito y la de los cambios en los modos de leer, se hace posible tomar plena medida de las posibilidades inéditas abiertas por la digitalización de lo escrito, que, para Chartier, se sintetizan en dos: 1, la posibilidad real de superar esa limitación que hasta ahora significaba para el lector su reducida intervención sobre los textos; 2, la realización del viejo sueño de occidente de contar con una biblioteca universal.
Esas dos conquistas, sin embargo, generan ciertos riesgos sobre los que Chartier quiere llamar la atención:
La posible transferencia del patrimonio escrito de un soporte a otro, del códice a la pantalla, abre inmensas posibilidades, pero también representará una violencia ejercida en los textos al separarlos de las formas que han contribuido a construir sus significaciones históricas (Chartier, Del códice, 49).
De ahí que Chartier proponga finalmente dos tareas simultáneas: de un lado, reflexionar desde distintas perspectivas (histórica, jurídica, filosófica) en torno a las mutaciones de los modos de comunicación y recepción de lo escrito que se están operando hoy. Pero, de otro, preservar la inteligencia del códice:
La biblioteca debe ser también el lugar en que se pueda mantener el conocimiento y la comprensión de la cultura escrita en las formas que han sido y son todavía mayoritariamente las suyas hoy en día. La representación electrónica de todos los textos cuya existencia no comienza con la informática no debe significar, de ninguna manera, la relegación al olvido, o peor, la destrucción de los objetos que los han portado (Chartier, Del códice, 49).
Este llamado de Chartier está implícito en las afirmaciones que hace Alvin Kernan, en su libro La muerte de la literatura, en el sentido de que uno de los factores que más seriamente podría estar afectando la credibilidad y las posibilidades mismas de existencia de la literatura es el avance de la llamada revolución microelectrónica, en detrimento de una cultura de la imprenta.
Según Kernan, la literatura fue una criatura de la imprenta hasta en sus más mínimos detalles.
Según Kernan, la literatura fue una criatura de la imprenta hasta en sus más mínimos detalles.
De un lado, como lo impreso carece del contexto y de las dinámicas interactivas que brinda la oralidad, y su verdad resulta por eso siempre ambivalente y compleja, el esclarecimiento de su estructura requiere de la lectura minuciosa e intensa de un texto estable y altamente estilizado. Esta estabilidad y esta estilización han sido por mucho tiempo los ideales de la obra literaria. De otro lado, la literatura pone en juego, artísticamente, eso que hay detrás de la situación epistemológica implícita en la página impresa: la afirmación de que el conocimiento es complejo, ambivalente, abstracto, de interpretación incierta:
La imprenta ha sido tan determinante para la literatura que no resulta exagerado decir que la literatura históricamente es el sistema literario de la imprenta: en el nivel de lo obvio, la literatura ha sido más que nada una colección de obras canónicas impresas. En un nivel más profundo, el tema de la literatura moderna ha sido el de la dificultad de entender cómo un lector que vuelve las páginas de un libro puede adquirir sentido. Nuestros héroes literarios viven la experiencia de la vida de la misma manera que los lectores viven la experiencia de la realidad en la página impresa: incompleta, misteriosa, resistente a cualquier interpretación fácil o totalizadora y como algo que escapa a su juicio (Kernan, 133).
Ahora, en nuestros tiempos, la cultura de la imprenta ha entrado en un proceso de franca decadencia y el sueño humanista de aprender, de llegar a una verdad última, a fuerza de leer y escribir, se está deshaciendo. Factores de diversa índole parecen favorecer el futuro electrónico a costa del pasado impreso. Así, el poder de las compañías de la comunicación está convirtiendo el libro en lo más antiliterario: una mercancía, a la que se la diseña en función de las posibilidades de extraer dinero de los lectores, de los cineastas, de los televidentes, pues un libro vendible tiene que ser flexible a estas necesidades del mercado. Pero esto no quiere decir que el libro desaparezca: hoy se publican muchos más libros; sólo que esa expansión es una expansión del mercado de lo mediocre, lo que atenta contra otro ideal humanista: no se trata de leer, sino de leer lo importante. Es, incluso, por eso posible que, paradójicamente, la superabundancia impacte más que la escasez en esa anunciada muerte de la literatura. Otro factor que está convirtiendo la cultura de la imprenta en un modo anacrónico de conocimiento es la dificultad de almacenamiento: en todo caso resulta mucho más económico y manejable digitalizar la información y guardarla en cintas o en CD- ROMs que construir más bibliotecas e invertir en el mantenimiento de un material, cuya misma composición material (el papel y la tinta) está en “peligro de extinción”.
Sumemos a la superabundancia y a las dificultades de almacenamiento, el desgaste de la posición privilegiada del conocimiento y tendremos el panorama completo: como la gente escribe y lee menos, en tanto ve televisión, usa el teléfono, la computadora, la lectura de libros (y menos aun de los complejos y difíciles) está dejando de ser la forma primordial de saber algo en nuestra sociedad:
Los medios electrónicos hacen menos interesante y necesaria la lectura. La literatura está hecha de textos ampulosos y complejos, mientras que el mundo social más amplio de la electrónica y la televisión no sólo ha reemplazado al libro impreso como vía de adquirir información, sino que también define qué constituye la información y la comprensión. La lección está muy clara: si se quiere que la gente lea, o al menos que compre u libro, hoy día hay que hacerle publicidad por la televisión (Kernan, 146).
Pero el problema no es solo este desplazamiento, sino que, en un nivel profundo, la visión del mundo de la televisión es fundamentalmente opuesta a la visión de una literatura basada en el libro impreso:
Desde la televisión, cada vez más personas están derivando su sentido de la realidad y su lugar existencial en ella, de modo que los supuestos sobre el mundo que han estado asociados con la literatura se hacen cada vez menos plausibles y con el tiempo se volverán del todo increíbles (Kernan, 148).
Ahora, Kernan, al igual que Landow en su momento, es consciente de que este paso de una cultura de la imprenta a una cultura de la microelectrónica (en la que el conocimiento dejará de ser un valor a favor de la información y del manejo de datos) causa angustia y reacciones de todo tipo. Es por eso que, para ambos (como antes para Chartier), una sana posición ante lo irremediable de la situación consiste en aprender las lecciones de la historia. A partir de una analogía con la revolución de Gutemberg, Landow propone atender al menos tres (Landow, Hipertexto, 45-47):
1. Se necesita un largo tiempo para que el paso de un modo a otro se asiente. Entre tanto, pueden realizarse tareas de reflexión, acomodo y hasta de recuperación de viejos valores que pueden ahora ponerse a circular de nuevo.
2. Comprender la tecnología no nos faculta para hacer predicciones, pues los deseos y manipulaciones iniciales con los que se visualizan sus potencialidades pueden variar. Así: comprender la lógica tecnológica que pone en escena la imprenta (inalterabilidad, multiplicidad y sistematización de textos), permite predecir tendencias, pero no los modos exactos como iba a impactar otros ámbitos como el cultural (así, se ha visto, la literatura empieza a valorarse, a partir de la imposición de lo impreso, desde una perspectiva muy particular, pero eso no significa que la literatura sea sólo escritura estable y estilizada).
3. Las transformaciones tecnológicas tienen, en ultima instancia, implicaciones políticas.
Sólo si se atienden las lecciones de la historia se hacen legítimos los intentos de predecir posibles desarrollos e implicaciones a partir de una lógica tecnológica dada, pero también la visualización de sus peligros. Para el caso del hipertexto, esto significa que, como propone Chartier, la capacidad de ubicarse en una historia de larga duración (la del soporte escritural) hace lícito el ejercicio de estimación de las reconfiguraciones que se llevarán a cabo y de los riesgos concomitantes.
Una dimensón sincrónica: La revolución paradigmática
Varias preguntas quedan pendientes dado este panorama histórico. Un horizonte de incertidumbres podría formularse bajo las siguientes cuestiones:
¿Será la literatura capaz de adaptarse a los nuevos tiempos?
¿Quizás haya que recuperar una dimensión más amplia de literatura, como lo propone Carlos Moreno Hernández en su artículo?
¿O habrá que abandonar el concepto mismo de literatura para abismarnos en una práctica completamente distinta?
¿La “hiperficción” es la práctica (equivalente a la obra literaria en la cultura de lo impreso) llamada a poner en juego la manifestación artística de la nueva situación epistemológica, generada por una imposición del modo de ver inherente a la imagen electrónica?
¿Acaso estamos abocados a una hibridación de los modos de aprehender el mundo, para dar cuenta de la realidad contemporánea?
Por ahora, lo que se vislumbra es una lucha “paradigmática”, entre una “vieja” idea de la literatura que lucha por sobrevivir frente a los efectos culturales de las nuevas tecnologías, y una “nueva” idea de “escritura” que intenta tomar cuerpo y realidad, acudiendo incluso a la recuperación de nociones más antiguas de literatura, pero también a visones más o menos futuristas.
Para dilucidar mejor este panorama de la lucha ideológica, abordaré ahora una mirada al interior mismo de la institución literaria, luego examinaré la crisis paradigmática en el marco del debate modernidad/posmodernidad, y evaluaré después la idea de un retorno del universo barroco. Todo esto, en busca de una perspectiva que ayude a comprender mejor el fenómeno que hemos intentado esbozar en esta parte.
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